A Medellín
Cuando la existencia se sabe amenazada, siente la necesidad de pervivir, de despertar las abruptas, calladas fuerzas del instinto.
En una ciudad dónde se mata y tortura a sueldo, porque sí,
La vida se abre paso, sin embargo, en los vientres de las jóvenes,
Entre más violento y pobre es un barrio, más niños nacen,
Así, como mueren anónimamente al crepúsculo tantas personas en las calles, en los hospitales, en la orilla del río donde nadie oye sus lamentos.
Así es mi ciudad, una ciudad de desaparecidos, de anónimos, donde morir es tan fácil como abrir la puerta de la casa, ciudad de los vencidos y los sordos, nadie recuerda las torturas cuando se levanta.
Ciudad dónde la vida como lo dijo Gonzalo Arango, alguna vez: “se defiende sola”.
Ciudad Cementerio-Museo, ciudad reconstruida en la estética de la muerte, ciudad que hierve entre el café y la coca.
Ciudad dónde se insiste en seguir viviendo, así sea con las uñas.
Dónde la vida se considera un milagro, más no sagrado-un don de todos y de nadie-
Una pistola abrazando eternamente el gatillo, una mujer reconstruyendo la soledad en la sala de un quirófano.
Canto de desplazados rodando por el tráfico, paloma empalada en la iglesia,
Obrero sin arroz ni panela, mendigo haciendo de su casa una caja de cartón,
Respiración tediosa del profesional sin rumbo ni empleo.
Sueño de una mujer marginada que a la orilla de una ventana
Espera a que alguien vuelva.
Ciudad de flores plásticas, y primaveras mutiladas,
Ciudad hoja de guayacán dolorido, solitario,
Tórtola envenenada…
Mi ciudad es una orquídea enclaustrada en el valle de los sueños.
Luz Mercedes Orrego Morales. Salamanca. 2007.
sábado, 8 de agosto de 2009
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